Día Internacional de las Mujeres Afrolatinoamericanas: La Resistencia Trasciende Fronteras
- Chevy Solis Acevedo

- 25 jul
- 3 Min. de lectura
Durante cuatro años, desde AfroResistencia hemos documentado y acompañado las historias de vida de mujeres negras que han transitado por el sistema penal colombiano. A través de nuestra Red Rompiendo Cadenas, 40 mujeres que estuvieron privadas de libertad en la cárcel de Jamundí, Valle del Cauca, han transformado sus experiencias de dolor en herramientas de resistencia política y transformación comunitaria.

Estas mujeres nos han enseñado que el encarcelamiento no es un evento aislado, sino el resultado de violencias estructurales que se intersectan: racismo, sexismo, clasismo, desplazamiento forzado y criminalización de la pobreza. Sus testimonios revelan cómo el sistema penal opera como una maquinaria de control racial y social, castigando con mayor dureza a quienes ya han sido marginalizadas por la sociedad.
En Colombia, como en toda la región, las políticas punitivas contra las drogas se han convertido en armas de control social que devastan especialmente a las comunidades negras. Las mujeres de nuestra red fueron criminalizadas por estrategias de supervivencia: llevar sustancias a parejas detenidas, participar en microcomercio, o asumir culpas para proteger a sus familias. No eran narcotraficantes. Eran mujeres empobrecidas, con baja escolaridad, sin defensa adecuada, que sobrevivieron como pudieron.
La Invisibilidad se Extiende por la Región
Esta realidad no se limita a Colombia. En Panamá, en este Día Internacional de las Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora, levantamos la voz por aquellas cuyas historias casi nunca se cuentan: las mujeres negras privadas de libertad que enfrentan las mismas violencias sistemáticas que hemos documentado en nuestro trabajo.

En Panamá, las mujeres representan entre el 5 y el 7% de la población penitenciaria. Sin embargo, cerca del 70% están detenidas por delitos relacionados con drogas: micromenudeo, llevar droga a parejas detenidas, o asumir culpas para salvar a familiares. En la gran mayoría de los casos no son narcotraficantes. Son mujeres empobrecidas, con baja escolaridad, mujeres negras, sin defensa adecuada ni acceso a derechos fundamentales.
La justicia penal no actúa en abstracto.
Se aplica sobre cuerpos marcados por condiciones de vida, color de piel y roles de género. Sobre las mujeres negras opera con violencia desproporcionada, ignorando las causas estructurales que las empujaron a infringir la ley.
En Panamá y la región, las mujeres no son juzgadas sólo por el Código Penal, sino también por parámetros morales que evocan el rigor bíblico. La familia, la iglesia, el vecindario y el Estado no perdonan igual cuando quien delinque es una mujer. Se les exige ser madres abnegadas, esposas obedientes, hijas sacrificadas. Quien se sale de ese molde es doblemente condenada.

Al recuperar la libertad, tienen dificultades para encontrar un lugar a dónde volver. Han perdido contacto familiar. Son pocos los programas integrales de reinserción. El estigma anula cualquier oportunidad. El encierro deja secuelas físicas, emocionales y espirituales profundas.
En Colón, el centro penitenciario de mujeres "Nueva Esperanza" es una vergüenza nacional: condiciones infrahumanas, servicio de agua deficiente, espacios inseguros. Duermen entre humedad, aguas servidas, plagas y abandono. Ningún ser humano debería estar allí, menos una mujer castigada por sobrevivir a la pobreza.
Nuestra Resistencia Trasciende Fronteras
Desde nuestra experiencia con Rompiendo Cadenas en Colombia, sabemos que es posible transformar el dolor en poder político. Las 40 mujeres de nuestra red han completado procesos de formación sociopolítica, han desarrollado liderazgo autónomo y participan activamente en redes de justicia racial y de género. A pesar de enfrentar violencia sistemática—incluyendo el transfeminicidio de una compañera trabajadora sexual trans—la red mantiene su compromiso con la acción política.
Su resistencia nos ha enseñado que la transformación individual y la transformación sistémica van de la mano. Por eso, desde AfroResistencia demandamos:
Políticas penitenciarias con dignidad, justicia racial y perspectiva de género
Que el sistema judicial reconozca los determinantes sociales: pobreza, abandono estatal, violencia de género, racismo estructural y desempleo
Centros penitenciarios donde la dignidad se preserve, y procesos sin lapidación moral por el hecho de ser mujeres
Este 25 de julio, no basta celebrar la identidad afrodescendiente sin mirar los centros de privación de libertad del país. No basta hablar de igualdad sin denunciar cómo el sistema penal opera como maquinaria de castigo racial y social.
Las mujeres negras privadas de libertad también son diáspora. También son sujetas políticas. También resisten.
Recordarlas hoy es un acto de justicia. Luchar por su libertad, sanación y dignidad es tarea urgente. Desde AfroResistencia, honramos su vida, su lucha y su derecho a vivir sin encierros físicos ni sociales.



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