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Migración en Centroamérica: Resistencias violencia estructural y resistencias en Centroamérica y las Américas

Día Internacional de las Personas Migrantes – 18 de diciembre


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La migración en Centroamérica y las Américas no puede analizarse únicamente como un fenómeno de movilidad humana ni como una crisis coyuntural. Es una expresión histórica y contemporánea de desigualdades estructurales producidas por un orden global que ha organizado el mundo entre territorios expulsores y territorios que controlan, filtran y descartan vidas, estableciendo la frontera no sobre los territorio, sino también sobre los cuerpos de quienes son expulsados por el hambre, la inseguridad  y la falta de justicia social en sus países de origen.

 

En este contexto, el Boletín Políticas migratorias, fronteras y caminos – Tercer cuatrimestre de 2025 del Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL) y el informe Rechazados de Médicos Sin Fronteras (MSF) permiten comprender cómo las políticas migratorias actuales en la región no solo fallan en la protección de derechos, sino que producen activamente violencia, desigualdad, precariedad y exclusión (CEJIL, 2025; MSF, 2025).


CEJIL señala que “la movilidad humana en México y Centroamérica responde a dinámicas complejas y cambiantes, determinadas por factores estructurales, contextuales y políticos” (CEJIL, 2025). Esta afirmación cuestiona de forma directa la narrativa y políticas enmarcadas en la seguridad que presenta la migración como una amenaza y no como una consecuencia de modelos económicos, sociales y políticos que perpetúan la desigualdad. Desde una mirada crítica y decolonial, la migración aparece como una estrategia de supervivencia frente a la pobreza estructural, la violencia generalizada, el racismo, el despojo territorial y la crisis climática.


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Políticas migratorias como tecnologías de exclusión

Ambos informes coinciden en señalar un endurecimiento sostenido de las políticas migratorias en la región durante 2024 y 2025. CEJIL documenta la reducción de vías de migración regular, el debilitamiento del derecho al asilo y el aumento de retornos forzosos y deportaciones sin garantías de debido proceso (CEJIL, 2025). Estas políticas no reducen la migración, sino que la empujan hacia rutas más peligrosas y consolidan un sistema regional de contención que externaliza fronteras y responsabilidades.


El informe Rechazados profundiza en los impactos humanos de estas decisiones políticas. MSF advierte que los cambios normativos implementados por Estados Unidos, México y países de Centroamérica han dejado a miles de personas “atrapadas, varadas o expulsadas a contextos inseguros, sin acceso real a mecanismos de protección internacional” (MSF, 2025). Esta situación configura una arquitectura de control donde la espera forzada, el desgaste físico y emocional y el miedo se convierten en herramientas de gestión migratoria.


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Territorios fronterizos: espacios de sacrificio

Las fronteras han dejado de ser espacios de tránsito para convertirse en territorios de confinamiento y desgaste humano. Ciudades y pueblos fronterizos del sur de México, Guatemala, Honduras y Panamá concentran poblaciones migrantes obligadas a permanecer durante largos períodos en condiciones de precariedad extrema, en un contexto donde los discursos de odio y xenófobos son reforzados desde los gobiernos, creando el enemigo externo, culpabilizándolos de la inoperancia gubernamental para resolver de manera efectiva las problemáticas  de la población local. 


CEJIL advierte que estas dinámicas impactan directamente en las comunidades locales, que enfrentan militarización, estigmatización y presión sobre servicios básicos, además de la ruptura de dinámicas históricas de movilidad y convivencia transfronteriza (CEJIL, 2025). MSF complementa este análisis al documentar que muchas personas migrantes permanecen ocultas por temor a la detención, lo que incrementa su exposición a violencia, explotación y graves afectaciones a la salud física y mental (MSF, 2025). Desde una perspectiva decolonial, estos territorios operan como zonas de sacrificio, donde ciertas vidas son consideradas descartables.


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Violencia sexual en contextos de movilidad humana

Uno de los hallazgos más alarmantes del informe Rechazados es la magnitud de la violencia sexual en las rutas migratorias. Entre enero de 2024 y mayo de 2025, MSF brindó atención a casi 3.000 sobrevivientes de violencia sexual y realizó aproximadamente 17.000 consultas de salud mental, muchas relacionadas con secuestros, extorsión, tortura y agresiones sexuales (MSF, 2025).


Estas violencias afectan de manera desproporcionada a mujeres, niñas y personas LGBTIQ+ y no pueden entenderse como hechos aislados. Son consecuencias directas de políticas que obligan a las personas a transitar por rutas clandestinas, sin protección institucional, donde actores criminales y, en algunos casos, agentes estatales actúan con altos niveles de impunidad. La violencia sexual aparece así como una violencia estructural producida por la política migratoria, que controla cuerpos racializados y empobrecidos.


Migración haitiana: racismo y continuidad colonial

La migración haitiana expone con claridad el carácter racializado de las políticas migratorias en las Américas. CEJIL ha documentado obstáculos específicos para que personas haitianas accedan a protección internacional en la región (CEJIL, 2025). MSF, por su parte, señala que esta población es particularmente afectada por expulsiones aceleradas, negación del asilo y confinamiento prolongado en contextos inseguros (MSF, 2025).


En República Dominicana, estas dinámicas se expresan en prácticas sistemáticas de persecución racial: detenciones arbitrarias, deportaciones colectivas, violencia sexual contra mujeres haitianas y deportación de mujeres haitianas embarazadas, exclusión de niños y niñas del sistema educativo. Estas prácticas constituyen una continuidad colonial que deshumaniza a la población haitiana y vulnera de manera sistemática sus derechos fundamentales, ante la mirada indiferente de los organismos internacionales. 


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Migrar como derecho, resistir como práctica

Leídos en conjunto, los informes de CEJIL y MSF confirman que la migración en Centroamérica y las Américas está siendo gestionada desde una lógica de exclusión que profundiza desigualdades históricas y produce sufrimiento evitable. Desde una mirada crítica y decolonial, resulta urgente desmontar un sistema que prioriza el control y la soberanía por encima de la vida.


A pesar de este escenario, las personas migrantes no son solo víctimas. Los informes también muestran —aunque de manera fragmentaria— la existencia de redes comunitarias, organizaciones locales y prácticas de cuidado que sostienen la vida en contextos de abandono institucional. Migrar es, en sí mismo, un acto de resistencia frente a un orden que niega derechos presentes y futuros.


En el Día Internacional de las Personas Migrantes, reconocer la dignidad de las personas en movilidad implica transformar las políticas que generan violencia, garantizar rutas seguras, proteger a los territorios fronterizos y enfrentar el racismo estructural que atraviesa la gestión migratoria. La migración no es el problema; el problema es un orden que expulsa, rechaza y violenta, y que aún se resiste a reconocer la movilidad humana como un derecho. 


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Desde AfroResistencia afirmamos que la migración y en particular  de las personas negras en las Américas es una consecuencia directa del racismo estructural y de un orden colonial que sigue produciendo expulsión, despojo y muerte. Nuestro trabajo ha estado orientado a denunciar la criminalización y deshumanización de las personas migrantes afrodescendientes, visibilizar las violencias que enfrentan en las rutas y fronteras, y disputar las políticas y narrativas que las presentan como amenaza, deshumanizando su humanidad.  Migrar es un derecho; resistir es una práctica política frente a un sistema que niega humanidad a los cuerpos negros en movimiento.


 
 
 

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