El 20 de diciembre de 1989 es una fecha que nunca olvidaré. Era un martes, un día común, hasta que algo en el aire me alertó de que la calma estaba por quebrarse. Después de mi cita con la odontóloga, observé cómo los pájaros volaban de manera errática, y emitían ruidos extraños. Me pregunté, ¿por qué están tan inquietos? ¿Qué presagian?
Al llegar al apartamento al que me había mudado con mi mamá apenas unos seis días atrás, intenté distraerme viendo un partido de baloncesto de la Asociación Nacional de Baloncesto (NBA). Sin embargo, a medianoche, un estruendo sin precedentes me despertó. El Cerro Ancón, a lo lejos, estaba iluminado por destellos y envuelto en ruidos detonantes.
Sin teléfono residencial por la mudanza y sin conocer bien a las vecinas, salvo a dos de ellas, no tenía con quién comunicarme. Las estaciones radiales locales no transmitían alguna señal y la única fuente de información era el canal del ejército estadounidense acantonado en la antigua Zona del Canal y conocido popularmente como "el cable del pueblo". Fue entonces cuando mi mamá y yo comprendimos que Panamá estaba siendo invadida por el ejército más grande del mundo.
La invasión del 20 de diciembre dejó una herida profunda en la población panameña, pero hay un lugar en particular cuya memoria sigue viva: El Chorrillo. Este barrio, con una vasta población de personas negras, tiene sus raíces en la construcción del Canal de Panamá entre 1904 y 1914. Muchos de sus habitantes llegaron de las Antillas, al traer consigo una rica herencia cultural que definió la identidad del barrio. Las edificaciones de madera reflejaban la arquitectura caribeña, mientras que los residentes cultivaban conocimientos, sabores y tradiciones a través del intercambio biológico y cultural, elementos que siguen siendo vibrantes en toda la ciudad de Panamá.
Sin embargo, El Chorrillo fue invadido, destruido, incendiado y ultrajado ese 20 de diciembre de 1989. Miles de personas huyeron descalzas y despavoridas. Muchas vieron cómo sus techos se desplomaban bajo el incendio y cómo sus hogares desaparecían en medio del caos. Otras fueron testigos de asesinatos a quemarropa y de la violación de derechos fundamentales. Algunas decidieron abandonar el lugar que las había acogido desde su nacimiento.
Hoy, 35 años después de esta tragedia, no se sabe cuántas personas murieron ni cuántos cuerpos fueron enterrados en fosas comunes. Tampoco se comprende del todo cómo este atroz incidente afectó la salud mental y el bienestar de las generaciones de El Chorrillo, tanto en la niñez como en la adultez. La violencia que aún persiste en el barrio tiene raíces profundas en ese pasado de sufrimiento, y recordar esos momentos nos invita a reflexionar sobre su legado.
Cuando se habla del nivel de violencia que existe hoy en El Chorrillo, es imposible ignorar el legado de aquel trágico martes de diciembre de 1989. Este barrio, ubicado en el corazón de la ciudad de Panamá, fue brutalmente devastado por la invasión estadounidense, y desde entonces, su comunidad ha sido abandonada sistemáticamente por el Estado. Las promesas de reconstrucción y apoyo nunca se materializaron completamente, y las cicatrices de esa violencia inicial aún se reflejan en la falta de oportunidades, el empobrecimiento estructural y el estigma social que sus residentes enfrentan a diario.
Sin embargo, esta realidad no ha quebrantado el espíritu de quienes habitan El Chorrillo. La resistencia negra en este barrio ha demostrado una capacidad impresionante para transformar el dolor en acción colectiva y solidaridad comunitaria. A pesar del abandono estatal, las y los chorrilleros han luchado por reconstruir su dignidad, creando redes de apoyo mutuo, proyectos culturales y espacios donde la memoria histórica se preserva como una herramienta para la justicia y la transformación social.
AfroResistance, una organización que trabaja para el bienestar (buen vivir) de todas las familias y comunidades negras en las Américas, tiene una misión que se refleja en el ejemplo de El Chorrillo. Nuestra organización busca amplificar las voces de las comunidades negras en las Américas, ya que promovemos los derechos humanos, la democracia, la solidaridad y la justicia. En este sentido, la historia de El Chorrillo es un recordatorio de cómo la resistencia negra ha sido capaz de transformar la tragedia en acción colectiva, de cómo la lucha por la justicia racial y la dignidad nunca ha cesado.
En octubre de este año, durante la delegación internacional que llevamos a cabo en Panamá nos reunirnos con Efraín Guerrero, fundador de Movimiento Identidad, una organización sin fines de lucro dedicada a la preservación del patrimonio cultural de barrios históricos como El Chorrillo y Santa Ana. Fue un encuentro importante que nos permitió conocer más a fondo cómo El Chorrillo sigue siendo un espacio de resistencia y cómo las generaciones más jóvenes continúan llevando la antorcha de la dignidad y la justicia.
Efraín, nacido y criado en Huerta Sandoval, en el distrito de Santa Ana, colindante con El Chorrillo, ha dedicado su vida a promover el turismo sostenible con una mirada crítica y comprometida. Su enfoque reconoce que las áreas comúnmente etiquetadas como “inseguras” son vistas así debido a prejuicios de clase y de raza, que ignoran la realidad y el valor de quienes habitan estos espacios. Para la comunidad local, estas calles no son peligrosas, sino territorios de historia viva, resistencia y cultura vibrante.
Efraín visualiza estas áreas como lugares llenos de un enorme potencial cultural, donde se puede transformar el espacio urbano en museos al aire libre que destaquen la rica historia local, las costumbres, el arte y la gastronomía de la comunidad. A través de su trabajo, Efraín no solo ha logrado resaltar el patrimonio de El Chorrillo, sino también desafiar las narrativas negativas impuestas desde fuera, visibilizando la resiliencia y el orgullo de quienes lo habitan.
La movilidad humana es un derecho natural, pero la invasión militar de un país no lo es. A las nuevas generaciones que visiten El Chorrillo, les solicito que recuerden a quienes decidieron no migrar, a quienes permanecieron en este barrio que ha sido cuna de gente rica en creatividad, determinación y coraje. El Chorrillo no es solo un espacio físico; es un legado que trasciende el tiempo y simboliza la fuerza de un pueblo que nunca ha dejado de resistir.
Hoy, como AfroResistance, seguimos luchando para que la memoria de este dolor no se olvide, sino que impulse la acción por la justicia y el bienestar de las comunidades negras. El Chorrillo es solo un ejemplo de cómo la resistencia y la memoria histórica son fundamentales para avanzar en la lucha por la dignidad y la justicia
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